martes, 16 de marzo de 2010

OP: Tocando el cielo > aeropuerto de Málaga.

Los aeropuertos son las catedrales de la Modernidad. Los teatros de la ópera se convirtieron en los templos del XIX, después las estaciones de ferrocarril, pero nada sintetiza la aldea global del siglo XXI como los grandes aeródromos, primera visión del paisaje antrópico de un lugar para los viajeros que se desplazan por el planeta.
Un aeropuerto no es un fin sino un medio. Del mismo modo que el éxito del AVE no es ver esa bala blanca atravesar la ciudad sino verla descargar en los andenes de la estación a miles de viajeros dispuestos a disfrutar del fin de semana o a buscar buenos negocios; este aeropuerto no es un icono sino la empresa más poderosa y determinante de Málaga y tal vez todo el tercio meridional de la península. Esta T3 se concibió con el horizonte de treinta millones de pasajeros y las cifras de 2009 apenas alcanzan doce, así que hay un largo desafío para esta inversión. Y los aeropuertos son difíciles de mantener artificialmente, aunque haya ocurrido por intereses políticos en ciudades capitalinas como Sevilla o Valladolid durante años. Los aeropuertos no rigen para ciudades, sino para regiones, aunque esto vaya a contracorriente de la política de campanario -todas las ciudades quieren una universidad, un puerto o un aeropuerto, en lugar de complementarse- cada vez más cerril.

Artículo de opinión de Teodoro León Gros para Sur.

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