martes, 1 de marzo de 2011

OP: El hundimiento del socialismo andaluz.

«Podemos hundirnos, pero nos llevaremos todo un mundo con nosotros» pronuncia Hitler, interpretado desesperadamente por Bruno Ganz en 'El hundimiento', mientras se desmorona la capital del poder. Y después de tres décadas de hegemonía socialista en Andalucía, de convertir la región en territorio propio del mapa político, de funcionar como un legendario granero de voto de la izquierda al modo del 'grain belt', de llegar a ser una seña de identidad del lugar como sólo ocurre con los socialcristianos en Baviera, se está precipitando el final de ese mundo, de toda una época. Si los generales daban informes de la caída a Hitler anunciándoles que se había perdido Zossen al sur, al norte Pankow y al este Lichtenberg o Karlhorst, ahora cada encuesta parece un parte de guerra: «Ha caído Málaga, Almería, Granada, Cádiz y Huelva; el PP avanza en Córdoba y Jaén y amenaza ya Sevilla». Es el momento en que el jefe en aquel laberinto final susurra «der krieg ist verloren»; y en el búnker de San Telmo, el palacio donde la cúpula socialista aún se refugia de la realidad, parece cundir esa sensación desoladora de que la derrota es un hecho. Salvando cualquier otra semejanza, se trata de un hundimiento en toda regla. Aunque todos actúan como si aún pudieran aferrarse al espejismo de la invulnerabilidad, saben que su hegemonía naufraga. El barómetro del 28F, a un año de las elecciones, es terminal.
Las encuestas electorales de Andalucía definitivamente empiezan a parecer un guión de ese género llamado 'disaster', historias made in Hollywood de destrucciones catastróficas. El desmoronamiento andaluz, sondeo a sondeo, sigue esa pauta implacable. Es la caída, en dos años, de la placidez de las mayorías absolutas al abismo de una derrota brutal. Aún resulta casi incomprensible que en una sola legislatura el PSOE se intercambie su octavo triunfo de 2008 con un PP que nunca se había asomado al listón de la victoria. Pero esto es lo que hay; aunque los dirigentes socialistas aún parecen creer que pueden enfrentarse a la catástrofe con retórica, porque en definitiva, como escribió Camus la verdad tarda en aceptarse. Sin embargo, cada barómetro es aún peor en la 'escala richter' de terremotos políticos; y la catástrofe parece irreversible incluso si al final muchos ciudadanos se resisten a votar el cambio, convencidos de que la papeleta es una cuestión de identidad y no la elección de gobernantes para los próximos cuatro años. El paisaje es terminal: un millón de parados, la pérdida de convergencia con Europa según Eurostat, el escándalo moral del sistema de caja B para EREs fraudulentos y el pesimismo al que el espejo de los sondeos le confiere la dimensión catastrófica de un hundimiento.

Opinión de Teodoro León Gross para Sur.

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